Diario de viaje: Día 10

La tierra de mi madre. 

Al otro día desperté y salí a pasear un poco, preguntándome qué tan diferente sería la ciudad en la que creció mi madre, las calles empinadas, escaleras por ahí, subidas, bajadas, cerros por los cuatro lados, una casita allá a lo lejos, otra casita... ¿será?. ¿A donde ir?. El tiempo era corto y la satisfacción de estar en este punto por corto que sea el tiempo ya era mucho. 

Caminando descubrí una feria inmensa en la avenida principal, comí mashua y camote asado, cachanga y pude apreciar la diversidad de productos aquí: mandarina, manzana, papayas, pepinos, mashua, tomate, zapallo, zanahorias, limón, cayhua, ajies, quesos, carnes de todo tipo de animales, vivos y muertos, pescados congelados pero inmensos, jureles de más de cincuenta centímetros, bonitos, pejerreyes, hierbas de todo tipo, secas y frescas, chichas blancas, frutilladas, panes dulces, salados, de trigo, maíz, etc. uf, me pasaría un buen rato escribiendo todo lo que pude ver aquí. 

Y siguiendo las indicaciones de mama, me fui a buscar chicharrones, preguntando me dijeron que vaya a los recreos... pa'luego es tarde, tome una moto taxi que me llevó a pocos minutos del centro, casi saliendo de la ciudad a los famosos recreos que son los restaurantes campestres. El mototaxista me recomendó uno y me dejo en la puerta. 

Era un portón abierto a un pasaje empedrado con plantitas silvestres a ambos lados de las paredes, el empedrado daba a un patio inmenso con mesas y sillas de madera y de fondo musical un rico huaynito. El hipnotizante olor a ahumado me hizo salibar y ya estaba pidiendo una cerveza y un buen plato de chicharrones, no sé si los mas deliciosos que probé, pero en ese momento eran dulce en mis labios...

Ya llenito me fui al mirador, quería tomar una foto panorámica de la ciudad, pero llegando al punto, el descuido de la municipalidad (me imagino) ha permitido que los árboles crezcan y tapen toda la vista, por suerte el taxista que me llevó me hizo ver más allá de donde mis ojos no veían. Poco más allá de la Cruz del mirador, bajando por un sendero empinado, había un segundo nivel (también descuidado) desde donde se podía tener una mejor vista de la cuidad. 

Hasta ahí todo bonito. El problema fue volver a subir... Asu mare!!!... al bajar no se sintió el tramo que recorrimos, al regreso casi se me sale el corazón, era tan empinado y sumado a la falta de oxígeno por ser altura, me cansé cómo no se imaginan, la verdad, la hice difícil, pero la hice, termine todo cansado y sudado, por suerte tenía mi botella de agua. 

Listo, ahora sí a Ayacucho, regreso al hotel, ya había comprado mi pasaje por cuarenta soles en comoda minivan a Ayacucho. 

Con cierta nostalgia me iba del pueblo de mamá 

La carretera fue ascendiendo, entre curva y curva y alejándose cada vez mas de Andahuaylas, luego desapareció y fue ganando el atardecer entre carretera y precipicio, entre cielo claro y llanuras, cerros y atardecer gris dorado rojizo que da paso a la noche, noche oscura de carretera.
Nos dió la noche y llegamos a Ayacucho, algo tardecito, por suerte habia reservado un cuarto en el hotel Miski Samay a traves de booking y la verdad, no me puedo quejar, no es la gran cosa, pero si me cayó a pelo después de tanto viaje y dormí como un bebé… claro, antes de dormir, tenía que dar un paseito por Ayacucho y como el hotel esta a media cuadra del pasaje veintiocho de Julio que es como un jirón de la unión ayacuchano y también deriva en la plaza de armas.
Hacía un friecito que obligaba a ponerse al menos una casaca y no se si han sentido esa sensación de sentirse calientitos sintiendo el frio en la cara y las manos, no sé ustedes, pero a mi me parecía agradable y ademas relajante caminar por esta calle de casas antiguas y coloniales, muy concurrida a eso de las ocho de la noche, con tiendas y restaurantes que contrastaban sin problemas con la calle, las casas, la noche, los turistas, los lugareños y yo, de paso por la ciudad, con algo de hambre y muchas ganas de conocer todo.
En las esquinas puedes encontrar brochetas de carne y pollo, panes, emoliente, chicles, cigarrillos, caramelos, gaseosas, de todo un poco.
Como ya habia viajado bastante, esta vez quería sentarme tranquilamente y comer algo típico, estirar los pies, las manos, el cuerpo… así que llegué a La Huamanguina, un restaurante que está por el pasaje veintiocho de julio, segundo piso, donde sirven comida típica ayacuchana y te atienden con una sonrisa. Pa’ luego es tarde, asi que me pedí una Puca picante con chicharrón y una naranjada caliente que es un agua calientita de naranja con aguardiente que me cayó como recetada. Todo delicioso.


Seguí caminando y llegue a la plaza de armas, se me ocurrió darme una vuelta por las famosas iglesias ayacuchanas, pero me dijeron que ya estaban cerradas y que solo estaban abiertas hasta las cinco de la tarde (?). Tuve que regresar en mis pasos y descubrí una trattoria que no recuerdo como se llama, pero esta justo en una esquina que tiene una ventana frente a la plaza de armas y tiene una vista privilegiada. Aqui venden pizzas, pastas, lasagnas, tragos, etc., como yo había comido ya, me tome un Pisco sour mientras empecé a divagar y pensé, a esas horas de la noche con esa vista de la plaza de armas, un trago en mi mesa, respirando aire tranquilo y habiendo llegado tan lejos entre aromas de oregano y pimienta, que era la noche perfecta y si mi flaca estuviera conmigo, en ese momento, hubiera sido suficiente, sería feliz.
Pero el viento frío me devolvió a la realidad, tenía que regresar al hotel, mañana sería otro día y aun faltaba camino por recorrer.
Hasta mañana.
 
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