La canción de Papá Nolo

Llegaba como siempre al terminar la tarde, solitario y meditabundo a su casa.
— Seguramente no hay nadie, —pensaba.
Y era cierto, no había nadie en casa, las niñas de sus ojos, ahora adolescentes, seguramente salieron con mamá o estaban en casa de su cuñada, a quien no acusaba de bruja por que no tenía aún las pruebas suficientes para condenarla inmisericordemente a castigos inquisidores... en fin, seguramente las joyas de su ilusión habrían salido, con sus amigas o con sus enamorados... por que si, ya tenían enamorados (ese tipo de inevitables parásitos insanos y malditos que viven succionando saliva de las bocas de las niñas).
— Quien sabe —pensó papa Nolo—, a lo mejor están... a lo mejor.
Pero no estaban, no había nadie, ni mamá, ni las niñas, peor aún, ni la polilla que siempre lo esperaba en la parte superior izquierda de su puerta y que siempre salía volando cuando esta se abría.
Era la única que en su huida diaria calmaba las ansias de papá Nolo y lo dejaba satisfecho y saludado por ley...
Asi era, cerrando la puerta tras de si, todo era silencio, solo silencio, se escapaba un suspiro que se acongojaba en el pecho, se expandía y dolía...
Entonces papá Nolo tomaba su guitarra y enjugando un poco su nostalgia, cantaba...
Tin tin tun tin tiiiin, tin tin tun tin tiiiiin, tin tin tan tannnnnn.... (guitarra)
—... Tengo dos excusas en mi menteeeee...

—... ayayaaaaay... las quisiera deteneeeeeeer... —concluyó papa Nolo.
Una sonrisa se dibujó en su rostro, la noche ingresaba por su ventana, un viento frío se lo advirtió, otro suspiro, esta vez fue hondo e ingresó tibio a su pecho.
Dejó a un lado su guitarra, se sirvió como todas las noches una copita de vino tinto, lo saboreó y observando el oscurecido cielo, cayo preso de la nostalgia y de aquello que no podía detener: sus mágicas princesas...

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